El viejo pedrusco

Después de pedir permiso para abrir el canal de comunicación vi a À. corriendo. Me sorprendió porque tenía puesta ropa súper pija de colores claritos. Corría como una profesional entre los campos polvorientos. Al lado del camino vi una casa antigua de madera. Entré en el jardín y À. siguió su camino. La casa y el jardín eran preciosos. El jardín estaba lleno de flores y plantas. La casa parecía muy acogedora. Reinaba paz y tranquilidad. Los arboles daban sombra muy agradable. En el porche estaba una mesa y un hombre ponía los platos como si esperaba a los invitados. Me acerqué y me di cuenta de que era la energía del Ojo de Tigre. Me senté observando cómo cuidaba los detalles. El jarrón con flores, pastel, servilletas de tela delicada, cubiertos de plata. De repente entró À. muy cansada después de correr mucho, sudada y sucia. Dijo: “Tengo sed,¿Hay agua? Pero rápido, porque quiero correr más.” La energía del Ojo de Tigre le acercó un vaso de agua. Miré bien la ropa que llevaba À. Era de dos colores, turquesa y rosa. À. se levantó y sin decir gracias salió para continuar su carrera. El hombre Ojo de Tigre se sentó triste y abatido. Me preguntó: ¿Te has dado cuenta que colores lleva?. Son colores de su alma. Colores de la inocencia y del amor. Pero no los sabe aprovechar. Siempre está corriendo. No puedo hacer nada. Si cierro la puerta para que no pueda salir se sentirá atrapada y en lugar de disfrutar del todo lo que tengo para ella pensará solo en cómo escapar. Y yo no puedo y no quiero correr con ella. Soy demasiado viejo. A demás no me gusta correr.” Hizo la cara enfadada como un niño que no quiere comes espinacas. Susurré: “Ey, eres un precioso mineral. Encontrarás la manera para que se enamoré de ti otra vez.” Me miró con los ojos llenos de lágrimas y la esperanza. Dijo: “Tienes razón. Me he hecho un viejo pedrusco. Pero soy mágico y puedo ser quien quiera.” Poco a poco se convirtió en un precioso y majestuoso roble. Con miles de ramas, pequeñas y grandes, robustas y delicadas. El susurro de sus hojas parecía contar historias y cuentos de hadas. Otra vez entró À. Se sentó y cogió el vaso de agua. Parecía todavía más cansada. El polvo casi había tapado los luminosos colores de su ropa. Su aliento era entrecortado. Miraba sus piernas sin levantar la cabeza y no veía el precioso roble. Por el arte de magia, como en cámara lenta, empezó a caer una hoja. Rozó la frente de À. En ese mismo momento ella se convirtió en una niña. Como si alguien le quitara una maldición, como si despertara de un largo sueño. Abrió los ojos y miró al árbol. Abrió la boca de lo maravillada que estaba. Su corazón latió a cien reconociendo a un viejo amigo. Se acercó corriendo al tronco y lo abrazó sintiéndolo con todo su cuerpecito. Tenía ganas de llorar aunque no sabía bien por qué. Levantó la cabeza y vio el universo entero de las ramas para investigar. Empezó a subir el árbol riéndose a carcajadas como si alguien acabara de contarle un chiste. Su árbol no se movía. No corría. No conquistaba el mundo. Estaba inmóvil pero al mismo tiempo la sostenía y daba infinidad de ramas para trepar, hojas para contemplar, insectos para investiga. Volvieron los colores de À. Llevaba las cintas de color rosa y el vestido turquesa. Los miré a los dos una vez más. Un precioso árbol Ojo de Tigre y una niña de color rosa turquesa.Los dejé solos en la intimidad de un reencuentro.

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