La Muerte

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Después de pedir permiso abrir el canal de comunicación vi a J. como a un hombre muy mayor. Estaba andando apoyándose en el bastón, su pelo era completamente blanco, y el cuerpo estaba un poquito curvado como si el pesara el tiempo vivido. Se acercó hacia un gran roble. Se sentó debajo de sus majestuosas ramas. El árbol era tan grande que J. no veía el cielo solo el verdoso follaje que bailaba con el suave viento haciendo juegos de luces y sombras con los  amarillos rayos del sol. Cerró los ojos y sintió la suave caricia del viento. Oyó el susurro del aire. Cuando abrió los ojos se dio cuenta que estaba rodeado por un torbellino de hojas. Tanto el árbol como las hojas sostenían la energía de Amonita. Las hojas creaban una espiral evocando la energía del caracol fosilizado. Cada una de ellas llevaba una imagen como si fueran las fotos del álbum. J. las veía como si toda su vida le estuviera pasando delante de sus ojos. Sintiendo la energía del mineral preguntó: “¿Este es el final?” Oyó la voz de su piedra: “¿En qué contexto? Es una pregunta que no esperaba de ti.” J. resopló diciendo: “Bueno, soy un ser humano. La muerte es algo que nos suele importar.” Amonita preguntó: “¿Tienes miedo de la muerte?” El hombre respondió como si no quisiera darle mucha importancia: “Es algo que tendré que afrontar tarde o temprano. Lo tengo asumido. Da un poco igual si le tengo miedo. Eso no cambia nada.” El minera continuó: “Yo creo que sí. La cuestión no es qué sino cómo. Para ti debería ser fácil entender la Muerte. Es el momento cuando finalizas un proyecto. Llega su final y a veces puedes estar preocupado porque nunca sabes si habrá nuevo pedido si te van a llamar. Pero en este juego el pedido haces tú mismo, te llamas a ti mismo para comenzar de nuevo. Pues, puedes empezar tantas veces que a ti te apetezca y crear escenarios que te gusten. Tú decides. No existen las limitaciones.” J. miraba las hojas que de forma muy mágica se mantenían en el aire dando lentamente las vueltas.

Sintió la energía del Jade que se manifestó como una esfera verdosa bastante grande que apareció en sus manos. Tenía el color del Jade pero estaba más traslúcida. Oyó la dulce voz de su mineral: “Esa es la Eternidad. La represento para que lleves contigo el recordatorio que eres el ser eterno. Tu esencia real existía, existe y va a existir. Siempre.” A J. le costaba sentirlo. La idea entendía perfectamente como una de las teorías filosóficas. Pero era algo que nutría su mente pero no alimentaba el corazón. Eso que una piedrecita le decía que era la portadora de la Eternidad le parecía bonito pero al mismo tiempo era solo un concepto. Miró otra vez la esfera muy intensamente y divisó la luz dentro. La luz que le cautivaba, le llamaba como una promesa. Su corazón se abría ensanchándose, abrazando esa luz. J. sentó mucha ilusión como si fuera un niño el día de Reyes Mago. Y realmente su cuerpo estaba cambiando. Recorría los pasos hacia la infancia. Las hojas que le rodeaban empezaron a moverse más rápidamente. En un momento dado tuvo el impulso de llevar la esfera hacia el corazón y con ese humilde gesto se hizo uno con ella. Acto seguido sintió la Eternidad más allá de su cuerpo y al mismo tiempo dentro de su cuerpo. Cogió el aire y abrió sus abrazos. Su cuerpo se convirtió en hojas que se unieron al torbellino verdoso. 

Dieron unas vueltas más y poco a poco muy lentamente cayeron al suelo.

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