Jugar o no jugar

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Después de pedir permiso para abrir el canal de comunicación vi a J. sentada en una silla, con los ojos tapados por una cinta. Sus amigos estaban detrás de ella. Eso parecía un tipo de juego pero yo no lo reconocía. La energía de Sodalita se acercó, puso la mano en su hombro y susurró: “¿Por qué juegas, si no te apetece?” J. quitó la cinta de los ojos y le miró. Su mirada era muy intensa, parecía enfadada. Tenía ganas de decirle que no tenía razón porque le encantaba el juego pero no era la verdad. Por eso solo dijo: “Todos juegan. No tengo solución, tengo que jugar también.” Sodalita propuso: “¿Y qué pasaría si crearas tus propias reglas del juego?” J. movió la cabeza mostrando su desaprobación: “Pocas cosas dependen de mi.” Parecía como si ya se hubiera rendido. Dentro de ella todavía había una chispa pero eran más bien la chispa de la rabia por haber perdido la partida de ese ilusorio juego que le parecía que estaba jugando. Sodalita le ayudó a levantarse y empezaron a caminar juntos. Abrazada por la energía de Sodalita J. escuchaba sus palabras: “Muchas veces os perece a los humanos que poco depende de nosotros. Y quizás tengáis la razón. Porque esperáis cambiar las circunstancias que os rodean y a menudo las circunstancias no puedes cambiar. Si estás en casa, estás rodeada por tus familiares. Si estás en la escuela por tus amigos. No los puedes cambiar. Pero lo que si depende de ti y en lo que tienes la libertad absoluta es la forma de reaccionar frente a las circunstancias. Mira, insistes en que no tienes la libertad. Pero mira, puedes andar ahora,¿ verdad? Imagina a un árbol. ¿Crees que no es libre al tener raíces y no poder moverse?” J. nunca se había hecho una repregunta así. Un majestuoso roble le parecía el Rey del bosque. Pero era verdad, no se podía desplazar. Sodalita continuó: “Todo depende de cómo interpretarás tus circunstancias. Por ahora quiero conectarte con los arboles para que sientas la paz que se experimenta aceptando las condiciones que trae la vida y al mismo tiempo la felicidad que sale de la certeza que eres la Reina de tu propio bosque.” Percibí las energías de varios árboles. Al final sentí las secuoyas con sus anchos y altos troncos. Sodalita reanudó su discurso: “Dentro de ti hay una niña. Estará en tu interior siempre. Tu edad no importa. Tienes que cuidarla. Permítete llevar su inocencia dentro de ti. Incluso cuando tengas 100 años. Necesitas su alegría para afrontar las circunstancias que parecen serias. Ríete de los juegos que no te gustan. Da espalda a los jugadores y vete al bosque de tu alma.” Vi a J. debajo de la gran secuoya. Se convirtió en un hada. Con las alas empezó a volar a gran velocidad entre los gigantescos troncos. Ese era su mundo. Se sentía libre y feliz. Sintió la energía de Ágata Negra. Era como la brillante sombra negra que jugada con ella al escondite. Poco a poco se hizo de noche. Se acercaron al borde del bosque y de lejos vieron las luces de un pequeño pueblo. Allí J. paró sin saber qué hacer. Ágata le dijo: “Hay hadas que viven entre los humanos. No siempre es fácil. A veces se sientan tan raras que intentan a toda costa olvidar quien son. Pero no puedes dar la espalda a tu verdadero ser. Eso siempre te hará infeliz y te llenará de rabia. Pero si no olvides quien eres podrás vivir plenamente entre las personas. Solo es necesario que crees tus normas del juego al unísono con el latido de tu corazón de hada. Siente tu bosque y disfruta de la divertida vida ente los humanos.” J. miraba el pueblo. Cuando dio primer paso hacia él, desaparecieron sus alas y ella se hizo más grande. Pero sus pasos eran firmes. Se acercaba al pueblo sabiendo que nunca más participaría en los juegos que no le gustaban.

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