Horus

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Después de pedir permiso para abrir el canal de comunicación vi a A. de espalda alejándose de mí. La distancia se hacía cada vez más grande y no estaba segura si debería intentar alcanzarla. De repente la imagen cambió. A mi lado apareció Horus, el Dios de la cabeza de halcón del Antiguo Egipto. A. empezó a acercarse a él. Horus tenía la cabeza inclinada. Sin mirar directamente a ella, extinguió la mano para detenerla. Preguntó a dónde iba y ella respondió simplemente “voy adelante”. Y explicó: “Lo hacemos los humanos. Vamos adelante. Eso se llama la expansión.” Horus afirmó: “Una cosa es la expansión y otra huir. No se perecen nada de nada.” Guardó el silencio y luego continuó: “Cada uno de nosotros tiene las heridas. Nuestra voluntad hace posible la sanación aunque las cicatrices siempre se quedan.” Levantó la cabeza y A. dio un paso atrás, tanto la impactó la imagen. En lugar de uno de los ojos de Horus se veía un agujero vacio. La herida estaba infectada, hinchada, supuraba pus. El Hombre Halcón hizo un gesto con la mano y la herida se curó. Seguía un agujero grande pero lo que lo rodeaba era sano y tenía el color natural. A. se acercó otra vez al Dios del Antiguo Egipto y vio que en su mano había aparecido su colgante. Horus lo tapó con otra mano. Clavó su mirada en ella y preguntó: “¿Quieres que impregne mi energía en esos minerales para que puedas sanar tu herida?” A. pareció no estar segura de eso. En lugar de responder sí o no, preguntó: “Primero quiero saber cuál es mi herida.” Horus abrió sus manos para observar los minerales y luego respondió: “Te lo puedo decir. Naciste con un prisma en los ojos. Un prisma que divide en las fracciones todo lo que te rodea. Te es imposible ver la realidad tal como es porque siempre te enfocas solo en un aspecto de la verdad de la vida. Y eso hace que su real significado se te escapa y a consecuencia no consigues sentirte completa.” A. le miró con la cara que expresaba desconcierto. Susurró: “No me respondes. No es ninguna herida. No es lo que busco.” Horus clavó su único ojo en ella. Con la voz muy dulce dijo: “Sí que te respondo. Es el propósito de tu vida. Unir lo que está separado. Es lo que has llegado a aprender porque en otras vías ya habías aprendido a dividir. Para que el juego fuera más interesante has empezado la vida con la visión dividida. Tu aprendizaje se basa en sentirte entera. Y al no poder hacerlo tu herida sangra y se infecta. Estos minerales vinieron para mostrarte la unión entre tres fuerzas. El Cuarzo es ver la luz, percibir la información tal como te llega, sin interpretarla. La Amatista es la fuerza trasmudara, es todo lo que puedes aprender en esa vida. Y la Cornalina debería darte la base. Es tu cuerpo. Es amor por todo lo físico. Pero tú sueles polarizarte. Estar solo en una de las franjas y olvidar las otras. ¿Quieres que te ayude a integrar esos tres aspectos tuyos?”. A. meneó la cabeza aceptando la propuesta de Horus. Él se acercó a ella. Le puso el colgante en el cuello y luego colocó sus manos en sus ojos. A. tenía ganas de llorar. Tenía la sensación que en sus ojos había esquirlas de hielo que se derretían gracias a la energía de Horus. Tenía la sensación que hasta ahora en su vida siempre faltaba algo. Pero la verdad era que ya tenía todo. Solo que no se daba cuenta de eso. Las energías de los minerales se colocaron formando un triangulo que empezó a dar vueltas. Se situó a la altura de su tercer ojo. Horus continuó: Todo ya está perfecto. Solo que tienes que ajustar tu visión. Equilibrar tu vida de acuerdo con los tres principios. Cada día, guiada por Amatista, aprende y trasmuta la información en sabiduría. Cada día, guiada por el Cuarzo, encuentra el momento de desconectar y simplemente fluir en la luz del universo. Cada día, guiada por la Cornalina, honra tu cuerpo y mímale. Une, lo que te parece separado y así te sentirás plena y realizada.” La vibración de los minerales se expendía cada vez más. Crearon una gran esfera cuya base profundizaba en la tierra. A. abrió los ojos y vio delante de ella un camino. Miró al Horus que estaba a su lado. El Dios le preguntó: “Preparada para continuar el camino?” A. cogió aire y asintió con la cabeza. Y comenzaron a caminar.

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